29 sept 2008

LOS RECUERDOS DE LA ARAÑA

Se ha desplazado en su silla de ruedas, hasta el rincón donde queda su reino. Hasta allí ha llevado sus hilos de bordar de infinitos colores. Sus agujas y agujones de metal y de madera; para hacer el bordado y la calceta. Sus manos. Aquellas maravillosas manos de araña, que enlazan los nudos de macramé, para crear una trama de cuya belleza es difícil escapar. También le acompañan los recuerdos.

El barco de la
Booth Line, está a punto de partir de Iquitos. La Havre. Hamburgo. Liverpool. Esperan la carga: la sangre, sudor y lágrimas, de los indios transformados en caucho.

Una niña de complexión delgada y ondulados cabellos negros, mira desde la orilla, la partida de la nave. Levanta sus frágiles manos en señal de despedida. Los jóvenes marineros, con sus torsos desnudos, donde llevan tatuados nombres de mujeres, también levantan sus rudas manos para despedirla. Se queda en el lugar hasta que el barco se pierde en el horizonte. Por sus chimeneas salen bocanadas de humo negro que se elevan en aquel limpio cielo de Agosto.

En un partir y llegar de los barcos van pasando los años. Un día por primera vez siente tristeza, al ver partir uno de ellos. La despedida de un joven y apuesto marinero le arranca lágrimas. Ya no es una niña. Es una mujer que espera con ansias el retorno de un hombre.

Una tarde cuando el sol se oculta, regresa el barco esperado. Ella baja hasta el puerto, para buscar al hombre que le arranca suspiros, a la orilla del río Amazonas. El ha regresado con la piel bronceada por el sol, la mirada insondable del mar y una mezcla de olores de gaviotas marinas y de lejanos prostíbulos.

Desde aquel día con tristeza despide los barcos y los espera con alegría. Sabe que en uno de ellos regresará su amado. Su curiosidad le dice, que le traerá regalos de lugares remotos: Perlas de la Polinesia, ajorcas de la India, perfumes de París, mantillas de España. Besos. Besos de espera.
Por aquellos años asiste a un colegio de señoritas. Las bondadosas monjas, le enseñan los secretos del tejido. Ella rápidamente por vocación o por amor, se da cuenta que para esperar, no hay nada mejor que tejer. Mientras la vida, teje su propia trama.

Un día se casa, con su apuesto marinero. Llegan los hijos. Su vida es el barco que parte y regresa. En el ínterin aquel rincón de la casa, donde espera tejiendo.

Una mañana antes de partir, su apuesto marinero le dice:
- Esta vez me iré muy lejos.
- ¿Tardarás en regresar? – Le preguntó ansiosa.
- No menos de seis meses. Tenemos que llevar una carga a la China.
- Si pasas por
Mompracen le das mis saludos al Tigre de la Malasia – Le dice ella con una sonrisa burlona.
El también sonríe. Sabe que ella nunca dejará de soñar con el héroe de
Salgari.
Mientras espera, teje en su rincón, un abrigo a su amado: Para las mañanas frías de Irlanda. Para los vientos helados del Mar del Norte. Para las nieves eternas de
Groenlandia. Para que se cubra su amado, con el calor que han producido sus manos.

Pasan los años y él no regresa. Los hijos han levantado vuelo. Se ha quedado sola, en aquel rincón donde teje y desteje sus recuerdos. Donde una niña despide marineros, que viajan a puertos remotos. Donde una joven espera un amor con olor a gaviotas marinas y lejanos prostíbulos. Donde una esposa espera para que le cuenten relatos de
Malasia. Ella es la niña. Ella es la joven, ella es la esposa. Ella es la reina de aquel rincón, donde la araña teje su tela todos los días. Tela humedecida con sus lágrimas que todavía esperan.

La
Booth Line se ha ido de Iquitos para siempre. Para qué quedarse más. Las bóvedas de los Bancos de Londres ya están llenas. Sólo han dejado recuerdos en la araña.

No hay comentarios: